El canto criollo del zorzal colorado por Luis Beltrán Martinez Thomas.
Campo y ciudad son testigos de la melodía de este pájaro
Entre agosto y enero de cada año, los habitantes de Buenos Aires pueden disfrutar el canto de un pájaro muy inquieto, de vuelo corto y rápido, que posa de rama en rama, en árboles de sus calles y plazas. En realidad, el zorzal colorado habita preferentemente en sitios de vegetación frondosa, como selvas y montes de la parte meridional de Sudamérica. Sin embargo, debido a su notable capacidad de adaptación, se lo ve además en zonas desmontadas y ocupadas por el hombre, y por ello es muy frecuente su presencia en parques de las grandes urbes.
Compañero del hombre de campo y de la ciudad, dueño de uno de los cantos más melodiosos entre las aves, está diseminado por extensas regiones de la Argentina y puede considerárselo el prototipo del pájaro cantor de nuestras latitudes. Sin duda por ello, el payador Betinotti apodó "zorzalito" a Carlos Gardel, en obvia referencia a la entonación inigualable de su canción gaucha y ciudadana. Quizás sea también el ave solitaria en la que pensó Hernández para el verso inicial del Martín Fierro, teniendo en cuenta que los zorzales limitan su sociabilidad a la vida en pareja, y que a pesar de compartir el espacio con otros individuos de la misma especie, no constituyen bandadas.
El nomenclador de comunas y municipios argentinos no designa pueblo alguno con el nombre de esta ave tan propia de nuestro país, como sí lo hace con los cóndores, papagayos, perdices, garzas, golondrinas y gallaretas, aunque probablemente exista algún paraje o estancia que lo recoja. Su estupendo nombre científico, Turdus rufiventris, alude precisamente al plumaje castaño rojizo de su pecho y de allí su popular denominación.
El canto del zorzal se escucha durante toda la época de nidificación, haciéndose particularmente intenso y continuado al amanecer y anochecer de cada día. Antes de que salga el sol, el macho se posa en un árbol cercano al que alberga el nido, dando comienzo el concierto, mientras la hembra incuba los huevos o alimenta a los pichones. También es fácilmente audible a cualquier hora, desde cualquier lugar, y la posibilidad de verlo de cerca es sólo privilegio de quienes habitan los edificios de la ciudad, a la altura de la copa de los árboles.
"Muere el sol y junto al río "rompe a cantar un zorzal, "la tarde que se marchaba "se volvió para escuchar, "el agua que iba corriendo "se detuvo hecha un cristal..."
Destacaba así Juan Burghi, poeta uruguayo, el poder y la excelencia del canto de esta ave, que hacia enero se está yendo, o al menos sólo está dejando de cantar, porque el zorzal colorado es de hábitos sedentarios que rara vez se aleja más de unos cientos de metros de su apostadero. Habrá que esperar entonces hasta la próxima temporada para disfrutar otra vez de sus vocalizaciones potentes, armónicas y reiterativas.
Por Luis Beltrán Martínez Thomas Para LA NACION
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